Concebimos la soberanía alimentaria como un hecho de autodeterminación, resistencia y lucha por la permanencia cultural de las comunidades. Es el derecho de los pueblos y naciones para decidir qué alimentos producir, distribuir y consumir, generando autonomía, diversidad y abastecimiento con respecto al territorio local y nacional, fomentando políticas para un bienestar común y una vida digna.
Junto con la seguridad y la autonomía, la soberanía alimentaria es una de las escalas de realización del Derecho Humano a la alimentación adecuada.
La economía solidaria tiene en su centro a la vida y no al mercado, es decir, reconoce la necesidad del intercambio, pero lo plantea más allá de las transacciones netamente monetarias. Implica la construcción progresiva de relaciones sociales basadas en la cooperación, la reciprocidad, la confianza y la equidad, donde se reconoce que todos los procesos y personas que integran un circuito agroalimentario son indispensables y tienen la potencialidad de ser sujetos de acción y decisión.
La entendemos como una forma alternativa, justa y humana de generar y distribuir bienes materiales y culturales.
Colocando como centro del análisis económico la sostenibilidad de la vida, es necesario reconocer el aporte de las mujeres. Desde dicho reconocimiento es que hablamos de Economía del cuidado. Se trata de visibilizar la amplia gama de trabajos que no son reconocidos desde la economía formal, puesto que se realizan en el seno de la familia, mayoritariamente por mujeres, y no son objeto de intercambio monetario.
También se incluye el trabajo de cuidado que se realiza vía mercado, pues es cada vez más usual que las personas hagan uso de servicios mercantilizados o suministrados por el Estado, como comedores comunitarios, guarderías y jardines infantiles etc. Esta serie de trabajos de reproducción social que se realiza de manera remunerada, también es llevada a cabo mayoritariamente por mujeres.
Los Circuitos Agroalimentarios consideran a los distintos actores del sistema agroalimentario en constante interacción, diálogo e interdependencia. De esta forma encontramos personas productoras, transformadoras, transportadoras, distribuidoras comercializadoras y que consumen, tejiendo nuevas relaciones sociales de confianza, igualdad y solidaridad, en sintonía con el cuidado de la naturaleza.
Hablar de circuitos se opone a la visión lineal y unidireccional de la cadena: en esta concepción cada actor tiene una autonomía y un poder que le permite apoyar y direccionar un modelo económico agroalimentario alternativo. Esta mirada implica el reconocimiento no solo de la transacción física y económica, sino de los intercambios culturales, sociales, políticos, de poder, ambientales, cosmogónicos y de conocimientos.
El consumo solidario se desarrolla a partir de unos niveles de conciencia y conocimiento, que le permiten a la persona elegir cierto tipo de productos, al reconocer que éstos se constituyen no solo de materias primas, sino de las historias de vida que tienen detrás. Desde esta perspectiva crítica, el consumo tiene un significado social, ético y, en algunos casos, político.
El ethos del consumo se vuelve en expresión de cuidado - en relación a la salud y al medioambiente – y de solidaridad con quien ha producido un determinado bien. Al ser conscientes de que el consumo es necesario e imprescindible, entendemos que es fundamental modificar pautas culturales, sociales y económicas.
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